ahora
«Política» nunca tuvo que volverse un sustantivo. Tuvo que seguir siendo un adjetivo. Un atributo, y no una sustancia. Existen conflictos, existen encuentros, existen acciones, existen tomas de palabra que son «políticos», porque se alzan decisivamente en una situación dada en contra de algo, porque llevan consigo una afirmación con respecto al mundo que desean. Política es lo que surge, lo que hace acontecimiento, lo que hace brecha en el curso pautado del desastre. Lo que suscita polarización, repartición, toma de partido. Pero no existe nada como «la política». No existe dominio propio que reagruparía todos esos acontecimientos, todos esos surgimientos independientemente del lugar y del momento en que sobrevienen. No hay esfera particular donde sería cuestión de los asuntos de todos. No hay esfera separada de lo que es general. Basta con formular la cosa para prever la estafa. Es político todo lo que guarda relación con el encuentro, el roce o el conflicto entre formas de vida, entre regímenes de percepción, entre sensibilidades, entre mundos en cuanto que este contacto alcanza un cierto umbral de intensidad. El franqueamiento de este umbral se señala inmediatamente por sus efectos: líneas del frente se trazan, amistades y enemistades se afirman, la superficie uniforme de lo social se agrieta, hay despedazamiento de lo que estaba falsamente unido y comunicaciones subterráneas entre los diferentes regímenes que nacen ahí.
(...)
Lo que viene a la luz en cualquier surgimiento político es la irreductible pluralidad humana, la insumergible heterogeneidad de los modos de ser y de hacer — la imposibilidad de cualquier totalización. En cualquier civilización animada por una pulsión hacia lo Uno, esto será siempre un escándalo. No existen las palabras ni el lenguaje propiamente políticos. Existe únicamente un uso político del lenguaje, en situación, frente a una adversidad determinada. Que una piedra sea arrojada a un antimotines no la vuelve una «piedra política». Tampoco existen las entidades políticas — como por ejemplo Francia, un partido o un hombre. Lo que en ellas es político es la conflictualidad interna que las moldea, es la tensión entre los componentes antagonistas que las constituyen en el momento en que vuela en pedazos la bella imagen de su unidad. Nos es crucial abandonar la idea de que hay política sólo donde hay visión, programa, proyecto y perspectiva, donde hay finalidad, decisiones que tomar y problemas que resolver. Política verdaderamente sólo la hay en lo que surge de la vida y hace de ella una realidad determinada, orientada. Y esto nace de lo cercano y no de la proyección hacia lo lejano. Lo cercano no quiere decir lo restringido, lo limitado, lo estrecho, lo local. Quiere más bien decir lo asentido, lo vibrante, lo adecuado, lo presente, lo sensible, lo resplandeciente y lo familiar — lo prensible y comprensible. No es una noción espacial, sino ética. La distancia geográfica es incapaz de alejarnos de aquello de lo que nos sentimos próximos. Ser vecinos, por el contrario, no siempre nos acerca. Es solamente al contacto como se descubren el amigo y el enemigo. Una situación política no procede de una decisión, sino de un choque o del encuentro entre varias decisiones. Quien parte de lo cercano no renuncia a lo lejano, tan sólo se da una oportunidad de llegar a ello. Pues es siempre desde el aquí y ahora donde lo lejano se da. Es siempre aquí donde lo lejano nos toca y lo cuidamos. Y sin importar la potencia de desgarramiento de las imágenes, de la cibernética y de lo social.
El objetivo de la institución médica no es cuidar la salud de la gente, sino producir a los pacientes que justifiquen su existencia y una definición de la salud correspondiente. Nada nuevo, por este lado, desde Ivan Illich y su Némesis médica.
La convivencialidad
ivan illich
"
https://tiqqunim.blogspot.com/2018/06/aho
ra-
comite-invisible.html
como podemos recuperar el anonimato?
para que nos serviria?
Cuales son los dispositivos que atentan contra nuestro anonimato?
Planificar un paulatino e imperceptible movimiento hacia el anonimato.
cuales son las herramientas que tenemos al alcance para propociar (comenzar) ese movimiento?
Reconocer diferentes umbrales de anonimato, desde la ansoluta exposicion de nuestros movimientos (y pensamientos?) hasta
Qué peleas se pueden dar a través del lenguaje?
Reivindicar la ilegalidad.
"En cuanto a nosotros, la urgencia de la situación nos
libera de toda consideración de legalidad o de
legitimidad, de todos modos inhabitables de un
tiempo a esta parte.
El hecho de que precisemos de una generación para
construir en todo su espesor un movimiento
revolucionario victorioso no nos hace retroceder.
Lo afrontamos con serenidad.
Como afrontamos serenamente el carácter criminal
de nuestra existencia y de nuestros gestos"
Llamamiento-Comité invisible|
"El terreno de la legalidad se confunde desde hace demasiado tiempo con el de los múltiples apremios a hacernos la vida imposible, mediante el trabajo asalariado o la auto-empresa, el voluntariado o el militantismo.
Al mismo tiempo que este terreno se vuelve cada vez más
inhabitable, todo aquello que puede contribuir a hacer la vida posible se torna criminal.
Allí donde los activistas claman “ningún ser humano es
ilegal”, hay que reconocer que se trata exactamente de lo contrario: hoy una existencia enteramente legal sería una existencia enteramente sometida."
"Si se califica de -violenta- una manifestación en defensa de la libertad de expresión... solo puede ser porque el poder que hace ese uso indebido del lenguaje procura de ese modo asegurar su propio monopolio sobre la violencia."
"La fuerza de la no violencia"- Judith Butler.
Parámetros ficción/realidad.
-Arcoíris del deseo- Augusto Boal.
Cuando un buen día -y en todas las historias siempre hay un buen día - en que representábamos uno de aquellos espectáculos en un pueblecito del noreste para un grupo de la Liga Campesina*, el público, compuesto exclusivamente por campesinos, lloraba de emoción. Un texto heroico:«¡Derramemos nuestra sangre!». Al final del espectáculo, un campesino enorme, muy grande y muy fuerte, se acerca a nosotros muy emocionado, casi a punto de llorar: -No sabéis qué hermoso resulta ver cómo vosotros, jóvenes de la gran ciudad, pensáis exactamente como nosotros. Nosotros también creemos en eso, hay que dar la sangre por la tierra.
Nos sentimos muy orgullosos. Misión cumplida. Nuestro «mensaje» había llegado. Pero Virgilio -nunc a podré olvidar su nombre, su cara, ni sus lágrimas silenciosas-, continuó: -Ya que pensáis como nosotros, mirad lo que vamos a hacer: primero comemos -ya era mediodía-, y después, todos juntos, vosotros con vuestros fusiles y nosotros con los nuestros, ¡nos vamos a echar a los secuaces del coronel*, que han invadido las tierras de un camarada, han incendiado su casa y amenazan con matar a toda su familia! Pero, primero, vamos a comer.
Para entonces ya se nos había pasado el hambre.
Intentando convencernos de que habíamos entendido bien la petición de Virgilio, y buscando la manera de explicarnos, hacíamos lo que podíamos por aclarar el malentendido. Lo mejor era decirle la verdad: nuestros fusiles formaban parte del decorado, no eran armas auténticas.
-¿Fusiles que no disparan? -preguntó sin creérselo demasiado-. Entonces, ¿para qué sirven? -Sirven para hacer teatro. Son fusiles que no disparan, pero dan credibilidad artística a nuestras palabras. Si decimos «¡Derramemos nuestra sangre!» con un fusil en la mano, aunque esté pintado y no dispare, resulta más creíble
que decirlo con las manos vacías. Somos artistas serios, y decimos lo que pensamos; somos personas auténticas, pero los fusiles son falsos.
-Si los fusiles son falsos los tiramos y se acabó, pero vosotros sois personas auténticas, os he visto cantar que tenía- Debemos que derramar nuestra sangre, soy testigo. Sois gente auténtica, así que venid con nosotros de todas formas, porque, lo que es fusiles, tenemos para todo el mundo.
El miedo que sentíamos se transformó en pánico. Porque resultaba difícil explicar -tanto a Virgilio como a nosotros mismos- cuan sinceros y auténticos éramos al empuñar unos fusiles estéticos que no disparaban; nosotros, los artistas, que no sabíamos disparar. Nos explicamos como pudimos. Si aceptábamos ir con él, íbamos a ser una carga inútil y no una ayuda.
Ahora sí que he entendido vuestra sinceridad estética: la sangre que según vosotros debe derramarse es la nuestra, y desde luego no la vuestra, ¿no es eso?
-Claro que somos auténticos, pero somos artistas auténticos y no auténticos campesinos... Virgilio, no te vayas, vuelve, a pesar de esto podemos seguir hablando... Vuelve... Nunca más volví a encontrarme con Virgilio, pero nunca lo olvidé. Ni tampoco olvidé ese momento en que me avergoncé del arte que practicaba y que, sin embargo, me parecía hermoso. Algo se había falseado. No en el género teatral que, hasta hoy,
me parece completamente válido. El agitprop, agitación y propaganda, puede ser un instrumento sumamente eficaz. Lo que estaba falseado era la forma de utilizarlo. En aquella época, el Che Guevara escribió una frase muy hermosa: «Ser solidario consiste en correr los mismos riesgos».
Cuando es sufrido, el proceso de fragmentación del mundo puede empujar a la miseria, al aislamiento, a la esquizofrenia. Puede experimentarse, en la vida de los seres, como una pura pérdida. La nostalgia nos invade entonces. La pertenencia es todo lo que les queda a quienes ya no tienen nada. Al precio de admitir la fragmentación como punto de partida, también puede dar lugar a una intensificación y una pluralización de los vínculos que nos conforman. Entonces, fragmentación no significa separación, sino tornasol del mundo. Visto en retrospectiva, es más bien el proceso de «integración a la sociedad» lo que se revela como un lento desperdicio de ser, una separación continuada, un deslizamiento hacia cada vez más vulnerabilidad, y una vulnerabilidad cada vez más maquillada. La ZAD de Notre-Dame-des-Landes ilustra lo que puede significar el proceso de fragmentación del territorio. Para un Estado territorial tan viejo como el Estado francés, que una porción se arranque del continuum nacional para entrar en secesión e instalarse ahí duraderamente, prueba ampliamente que éste no existe ya de la misma manera que durante el pasado. Tal cosa habría sido inimaginable bajo De Gaulle, Clemenceau o Napoleón. En esas épocas, se habría enviado a la infantería a zanjar la cuestión. Ahora se nombra a una operación «César», que se bate en retirada frente a una guerrilla de los boscajes. Que, en las inmediaciones de la zona, autobuses del Frente Nacional puedan ser atacados en una autopista al estilo «asalto de la diligencia» del mismo modo en que es incendiado con coctel Molotov un coche de policía estacionado en un cruce de las afueras para vigilar una cámara que vigila a «los dealers», indica que este país se ha convertido en efecto un poco en el Far West. El proceso de fragmentación del territorio nacional, en Notre-Dame-des-Landes, lejos de constituir un desprendimiento del mundo, no hace otra cosa que multiplicar las circulaciones más inesperadas, más planetarias y de igual modo más vecinas. Al punto de que es posible decir que la mejor prueba de que los extraterrestres no existen es que no han tomado contacto con la ZAD. A su vez, el arrancamiento de este pedazo de tierra genera su propia fragmentación interior, su fractalización, la multiplicación de los mundos en su seno, y por tanto de los territorios que coexisten y se superponen en él. Nuevas realidades colectivas, nuevas construcciones, nuevos encuentros, nuevos pensamientos, nuevos usos, nuevas llegadas en todos los sentidos, con las confrontaciones necesariamente inducidas por la fricción entre los mundos y los modos de ser. Y a partir de ahí, una intensificación considerable de la vida, una profundización de las percepciones, una proliferación de amistades, de enemistades, de experiencias, de horizontes, de historias, de contactos, de distancias, y una gran finura estratégica. Con la fragmentación sin fin del mundo se incrementa también vertiginosamente el enriquecimiento cualitativo de la vida, la profusión de las formas, por poco que uno se adhiera a la promesa de comunismo que ella contiene.
Existe en la fragmentación algo que apunta hacia aquello que nosotros llamamos «comunismo»: es el retorno a la tierra, la ruina de toda puesta en equivalencia, la restitución a sí mismas de todas las singularidades, el llevar al fracaso la subsunción, la abstracción, el hecho de que momentos, lugares, cosas, seres y animales adquieren todos un nombre propio — su nombre propio. Toda creación nace de un desgarro con el todo. Como lo muestra la embriología, cada individuo es la posibilidad de una especie nueva desde que hace suyos los datos de aquello que inmediatamente lo rodea. Si la Tierra es tan rica en medios naturales es en virtud de su completa ausencia de uniformidad. Realizar la promesa de comunismo contenida en la fragmentación del mundo exige un gesto, un gesto que está por ser rehecho interminablemente, un gesto que es la vida misma: aquel de repartir pasajes entre los fragmentos, de ponerlos en contacto, de organizar su encuentro, de abrir los caminos que llevan de un extremo de mundo amigo a otro sin pasar por tierra hostil, el de establecer el buen arte de las distancias entre los mundos.
Que la fragmentación del mundo desoriente y desmonte todas las certezas heredadas, que desafíe todas nuestras categorías políticas y existenciales, que retire el suelo por debajo de la propia tradición revolucionaria, esto es lo que es cierto: nos pone en un desafío. Recordemos lo que Tosquelles le contaba a François Pain a propósito de la guerra civil española. Algunos, en ese entonces, eran milicianos; Tosquelles era psiquiatra. Constataba que los enfermos tendían a ser pocos, porque la guerra, rompiendo la trama de la mentira social, curaba a los psicóticos de manera más cierta que el manicomio. Decía: «La guerra civil está en relación con la no-homogeneidad del Yo. Cada uno de nosotros está hecho de pedazos contrapuestos, con uniones paradójicas y desuniones al interior de cada uno de nosotros. La personalidad no está hecha como un bloque. En este caso, sería una estatua. Es preciso tomar nota de una cosa paradójica: la guerra no produce nuevos enfermos, todo lo contrario. Durante la guerra se da una menor cantidad de neurosis que en la vida civil, e incluso se dan psicosis que sanan». Tal es la paradoja: la constricción a la unidad nos deshace, la mentira de la vida social nos psicotiza y abrazar la fragmentación es lo que nos hace recuperar una presencia serena en el mundo. Existe un cierto punto del espíritu en que este hecho deja de ser percibido contradictoriamente. Es aquí en donde nosotros nos colocamos.
Contra la posibilidad del comunismo, contra toda posibilidad de felicidad, se erige una hidra de dos cabezas. Sobre la escena pública, cada una simula ser el enemigo jurado de la otra. Por un lado, está el programa de restauración fascistizante de la unidad, por el otro está la potencia mundial de los comerciantes de infraestructura — Google tanto como Vinci, Amazon tanto como Veolia, etc. Quienes crean que es o bien una o bien otra, tendrán las dos. Porque los grandes constructores de infraestructura tienen los medios para aquello que los fascistas tienen únicamente el discurso folclórico. Para aquéllos, la crisis de las viejas unidades es en primer lugar la oportunidad de una nueva unificación. Existe en el caos contemporáneo, en la disgregación de las instituciones, en la muerte de la política, un mercado perfectamente rentable para las potencias infraestructurales y para los gigantes del Internet. Un mundo perfectamente fragmentado sigue siendo de lo más cibernéticamente administrable. Un mundo que ha reventado es incluso la condición de la omnipotencia de aquellos que administran sus vías de comunicación. El programa de estas potencias es el de desplegar detrás de las fachadas agrietadas de las viejas hegemonías una nueva forma de unidad, puramente operacional, que no se molesta por la fastidiosa producción de un sentimiento de pertenencia de todas maneras vacilante, sino que opera directamente en «lo real», reconfigurándolo. Una forma de unidad sin límites, y sin pretensiones, que intenta erigir bajo la fragmentación absoluta el orden absoluto. Un orden que no pretende nunca fabricar una nueva pertenencia fantasmática, sino que se contenta con proporcionar, mediante sus redes, sus servidores, sus autopistas, una materialidad que se impone a todos incuestionablemente. Ya ninguna otra unidad que la uniformización de las interfaces, de las ciudades, de los paisajes; ya ninguna otra continuidad que la de la información. La hipótesis del Silicon Valley y de los grandes comerciantes de infraestructura es que ya no sea necesario cansarse con la puesta en escena de una unidad de fachada: a la unidad ellos intentan hacerla directamente en el mundo, incorporada en sus redes, vertida en su cemento. Evidentemente, nosotros no sentimos que pertenezcamos a una «humanidad Google»; pero esto tiene sin cuidados a Google, en la medida en que todos nuestros datos le pertenezcan. En el fondo, por poco que aceptemos ser reducidos al triste rango de «usuarios», pertenecemos todos a la cloud, la cual de ninguna manera necesita proclamarlo. Dicho de otro modo: la fragmentación por sí sola no nos protege de un intento de reunificar el mundo por parte de los «gobernantes de mañana»: es incluso para ellos la condición y la textura ideal de este intento. Desde su punto de vista, la fragmentación simbólica del mundo da paso a su unificación concreta; la segregación no se opone a la puesta en red, por el contrario, le proporciona su razón de ser.
La condición del reino de los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) está en que los seres, los lugares, los fragmentos del mundo permanezcan sin contacto real. En donde los GAFA pretenden «poner en vinculación el mundo entero», lo que hacen es por el contrario dedicarse al aislamiento real de cada uno. Inmovilizar los cuerpos. Mantener a cada uno recluido en su burbuja significante. El golpe implacable del poder cibernético consiste en procurar a cada uno el sentimiento de tener acceso al mundo entero cuando está en realidad cada vez más separado de él, tener cada vez más «amigos» cuando es cada vez más autista. La muchedumbre serial de los transportes colectivos siempre ha sido una muchedumbre solitaria, pero cada uno no transportaba consigo su burbuja personal como a partir de que aparecieron los smartphones. Una burbuja que inmuniza contra todo contacto, además de constituir un perfecto soplón. Esta separación querida por la cibernética crece de manera no fortuita en el sentido de la constitución de cada fragmento como pequeña entidad paranoica, en el sentido de un proceso de deriva de los continentes existenciales en el que el extrañamiento que reina ya entre individuos en esta «sociedad» se colectiviza ferozmente en mil pequeños agregados en delirio. Contra esto, hay que salir de casa, ir al encuentro, echarse al camino, trabajar en la ligadura conflictual, prudente o feliz, en todos los extremos del mundo. Hay que organizarse. Organizarse verdaderamente nunca ha querido ser otra cosa que amarse.
Sobre la fragmentacion
algunas preguntas